De la brújula al mapa
Artículo publicado en el diario El Mundo.
Quizá conozca el mapamundi que se conserva en Burgo de Osma y su ‘Terra Incognita’, una anotación al uso desde Ptolomeo que la introdujo para subrayar que no hay cartografía en tierra desconocida. Esta afirmación cobra su sentido en el mundo de la innovación, el emprendimiento que consiste por definición en explorar y explotar modelos de negocio desconocidos en ‘tierra incógnita’.
Y si existe un extraño consenso entre los países sobre el conocimiento como base para la prosperidad sostenible, diseñar políticas de éxito para la innovación y el emprendimiento no es tarea sencilla. De manera que no solo los investigadores han de experimentar, sino también los gobernantes y agencias para hacer posible lo que los individuos no pueden [John Maynard Keynes, ‘The End of Laissez Faire’, 1926, citado por Mariana Mazzucato en ‘El Estado Emprendedor’, 2013]. ¡Porque también necesitamos emprendedores políticos!
A vista de pájaro, parecería que la Europa de las regiones estuviera apostando por todo esto ya que con las perspectivas financieras comunitarias 2014-2020 se exige que todas las regiones que accedan a Fondos Estructurales han de elaborar una Estrategia de Especialización Inteligente (RIS3, en inglés). Tras estos primeros años, sin embargo, existe ya un cierto debate ante la evidencia de que las buenas intenciones no bastan. Y ello por dos razones. En primer lugar la gobernanza multi-nivel, puesto que nada impide que varias regiones apunten por los mismos ‘sectores’, como tristemente sucede: biotecnología, TIC, materiales, etc. El segundo problema tiene que ver con la instrumentación que sigue siendo tradicional. Vino viejo en botellas nuevas: convocatorias de proyectos ‘al uso’, etc, que difícilmente harán la diferencia.
Una evolución interesante para gestionar complejidad e incertidumbre en las políticas para la innovación de nueva generación consiste en la adopción de un doble lógica, de negocio y de inversión, en el diseño de las políticas públicas, rompiendo con las lógicas más instaladas de institución y gasto. Es el caso de los KICs del EIT (Comunidades de Innovación y Conocimiento) o de los ecosistemas IP-group o ISIS en Reino Unido y también eGauss en España. Porque si algo sabemos es que la transferencia de conocimiento y tecnología de los centros públicos de investigación, la llamada ‘tercera misión’ de las Universidades, ha de servir para conectar más aún con la sociedad. Es decir, que si la empresa ha sido siempre un agente clave en la práctica de la innovación, descubrimos que también la lógica de empresa puede ser útil también para las políticas.
¿Qué significa todo esto? Recordemos que los teóricos de los sistemas de innovación (Freeman, Lundval, Nelson) insistían en sus interconexiones e interdependencias de carácter evolutivo. Apostar por crear nuevas dinámicas y, a tal fin, por asumir valores es la mejor brújula en esta ‘tierra incógnita’. De ahí la importancia de educación (el factor humano) y las comunidades de innovación (factor social). Tras la COP 21 de París, hay oportunidades y dinámicas nuevas de las que no somos aún conscientes y que podrían dar una ‘direccionalidad’ a las TIC, la industria 4.0 para abordar la economía verde, como el reto de la emigración a las ciudades y la producción en masa se realimentaron en la revolución industrial precedente (Carlota Perez y Mariana Mazzucato). Y valores para adaptar una lógica de negocio e inversión a la solución de retos sociales/globales (Michael Porter TED Talk: «Why business can be good at solving social problems»).
¿Y qué ha venido haciendo Europa para alimentar estas dinámicas y valores? Tras más de 30 años, es triste que la UE siga aplicando la mayor parte de los fondos a poner en común o crear ‘links’ a través de proyectos trans-nacionales cuando muchos socios se conocen ya en profundidad con el riesgo de financiar la reputación y no necesariamente la excelencia. Limitada por los sacrosantos principios de la subsidiariedad y la I+D precompetitiva, los escasos apoyos que la Comisión ha dedicado a Clúster se han venido limitando a intercambiar de buenas prácticas entre ‘hubs’ que ejecutan separadamente sus estrategias locales no obstante los fondos estructurales.
En lo positivo, si España pilotó en su día los primeros Clúster de Michael Porter (‘The Competitive Advantage of Nations’, 1990), podría liderar ahora los Clúster de nueva generación que postula Jerome S. Engel (‘Global Clusters of Innovation’, 2014) con dimensión y ambición internacional para enlazar los dos modos: ‘links’ y ‘hubs’, como pilotos para la Unión Europea.
Porque el cambio de paradigma que observamos en la práctica de las empresas a la hora de innovar, desde comprar (tecnología) a colaborar (con otros agentes, que es donde están instaladas la mayor parte de las políticas públicas: la llamada ‘colaboración público-privada’) avanza hacia la exploración también en la práctica de las políticas públicas. Adaptar el modelo KIC a nivel sub-nacional incluyendo Universidades y Escuelas de Negocio y generalizar el modelo IP group/ISIS/eGauss sería usar la brújula para construir un mapa, porque la innovación no se programa desde arriba. Para ello, hemos de lograr que, al igual que la educación o la sanidad, este sea un debate de la ciudadanía: que deje de hablarse de innovación sólo en el circulo de los especialistas. Discutir pero también obrar con la brújula de los principios sociales y los valores personales porque innovación es aprender en la práctica, conocimiento en acción.