La vital importancia de la Innovación
Artículo publicado con Charles Wessner en el diario El Mundo.
La ciencia, la tecnología y la innovación son fenómenos con características propias, relacionados en ocasiones pero no siempre. Históricamente la tecnología ha precedido a la ciencia; por ejemplo, es obvio que los constructores de catedrales góticas no disponían de una teoría científica codificada sino que aprendieron con la práctica y transfiriendo el conocimiento tácito a través del trato directo entre maestros y aprendices. Por otra parte, para innovar con éxito, la ciencia no siempre es necesaria y nunca es suficiente, ya que toda innovación es una novedad pero no toda novedad es una innovación. Resulta, pues, afortunada la definición del premio Nobel Edmund Phelps, para quien la innovación es esencialmente un «descubrimiento económico», es decir, que la idea de negocio ha de ir acompañada necesariamente de éxito comercial y, por ende, tener impacto económico y social.
Innovación y ciencia nacen del apetito por la experimentación y el riesgo, siendo ahí precisamente donde se encuentra el puente entre la academia y la empresa con mayor recorrido: en el elemento humano. Se olvida con frecuencia que la I+D sirve también para la formación de capital humano de alta cualificación y que dotar a los futuros profesionales de la capacidad para resolver problemas y para trabajar de forma independiente representa una contribución esencial al sistema de innovación. A través de la I+D no sólo se adquieren conocimientos disciplinares sino que se desarrollan actitudes para cuestionarse todo y para avanzar frente a las dificultades, sean estas abstractas o prácticas.
Robert Solow demostró que el crecimiento económico no puede explicarse sólo por los incrementos en los factores de capital y mano de obra. Es bien sabido que existe una correlación estrecha entre inversiones en I+D (entendida como investigación estructurada en el seno de instituciones públicas y privadas) y desarrollo económico. Sin embargo, las relaciones de causalidad son más difíciles de concretar y difieren notablemente entre países y sectores económicos. Ello sugiere que no hay fórmulas universales y que cada país ha de diseñar su propio modelo. ¿Qué podemos hacer entonces?
Por una parte, evitar el error de aplicar la misma forma de intervención pública a todos los ámbitos independientemente de sus dinámicas, ignorando cuáles son las fuentes efectivas de innovación según su intensidad tecnológica de los sectores. Cuando Occidente entró en crisis, algunas voces hablaban de transformar el modelo productivo con la ciencia o, más voluntarista todavía, que la ciencia nos sacaría de la crisis. Recordemos que la I+D, como la educación o la sanidad, es una inversión de largo plazo, cuyos efectos sólo se ven con el tiempo. En el caso de España, la ausencia de políticas sostenidas y de voluntad para mantener las inversiones comprometerá nuestro desarrollo futuro y hará persistir sine die la vulnerabilidad de nuestro modelo económico frente a las coyunturas internacionales.
En segundo lugar, es imperativo evaluar constantemente las políticas, para identificar las que funcionan y aquellas otras a corregir. Y si los análisis previos a las intervenciones públicas en I+D son importantes, se dedica comparativamente muy poco esfuerzo al análisis retrospectivo de las medidas y actuaciones realizadas. Más aun, resulta paradójica la multitud de instrumentos y programas puestos en marcha comparados con la poca disposición a analizar críticamente su impacto y aprender de los éxitos y de los errores, con deportividad. En definitiva, hace falta una gestión más inteligente (aprender haciendo) y transparente, en la que participen todos los actores, generando complicidades y compromisos, particularmente del sector privado, cuyo peso relativo en la I+D sigue siendo muy limitado.
Ello no es estrictamente sólo un problema español sino europeo. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el paradigma vigente que rige las políticas de innovación en la mayor parte de los países de la Unión Europea se centra en la ciencia. Un caso singular se encuentra en Suecia donde se ha creado un Consejo de Innovación (no de ciencia y tecnología, que es la fórmula habitual en otros países) para asesorar al Gobierno, inspirado quizás en el caso de Finlandia, el primero de este género en el mundo. Porque la adquisición de nuevos conocimientos es sólo una de las 10 actividades esenciales en el sistema de innovación. En última instancia, el objetivo no puede ser sólo generar conocimiento sino generar ilusión y compromiso colectivo porque, como decía John M. Keynes, la labor de los gobiernos no es hacer un poco mejor lo que ya hacen los individuos, sino hacer precisamente lo que para ellos es imposible. Si se piensa bien, esta es precisamente la razón de ser de la función pública, entendida como un voto de confianza de la sociedad no sólo para gestionar riesgos sino para reducir la incertidumbre.
Alemania, en primer lugar, y EEUU, más tarde, son dos países que dominaron el panorama de la ciencia –química y física– y que presentan muchas diferencias en sus sistemas de I+D. Sin embargo, ambos se han esforzado en crear sistemas nacionales de innovación y, más recientemente, ecosistemas de apoyo al emprendimiento. España ha de articular también su diversidad con el CDTI como punto natural de encuentro entre los sistemas autonómicos y las nuevas tendencias internacionales donde muchas otras agencias están evolucionando ya del paradigma del proyecto como unidad de actuación al meta sistema, con incentivos más completos orientados al fortalecimiento de los (eco)sistemas de innovación. Las estrategias de especialización inteligente de la Unión Europea y las Comunidades de Conocimiento e Innovación (KICS) del Instituto Europeo de Innovación y Tecnología (EIT), que asocian no sólo a investigadores y empresarios sino también a profesores universitarios, ilustran esta transición. También los clusters innovadores que impulsa la agencia húngara para hacer de Budapest la ciudad start up de Centroeuropa o los centros catapulta del Reino Unido similares a los KICS en una economía, como la española, intensiva en servicios, aunque con un sistema universitario de excelencia internacional.
Como en la música, sorprenden los silencios solemnes en algunos asuntos frente al ruido constante en otros. En nuestro país destaca la menor sensibilidad social sobre la importancia de la innovación frente a la sanidad y la educación, por ejemplo. Y esta falta de interés social explica quizá que no se preste suficiente atención a este tema entre los principales partidos políticos.
Con todas las dificultades, transformar las políticas de innovación constituye un ámbito fascinante para la acción colectiva, que anticipa el futuro. Porque, paradójicamente, quizás en la época de las redes sociales más que un acuerdo de Estado parece aún más necesario un consenso social basado en más y mejor información y conocimiento. La iniciativa sobre Educación, emprendimiento, innovación e inversión (Foro E2 I2) presentada por la Real Academia de Ingeniería el día 14 de Abril quiere lanzar este debate.